domingo, 20 de febrero de 2011

Visitas conyugales activan las cárceles miércoles y domingo
NO PUEDEN LLEVAR MANZANAS O PIÑAS, PORQUE CON ESTAS SE PREPARA "PITRINCHE"
  • Vendedores. Las ventas informales se dinamizan mucho más en los días de visitas conyugales, en las diferentes cárceles del territorio nacional.
Daniela Cruz Gil
La Vega
María (nombre ficticio) va montada en un minibús desde Santiago de los Caballeros a La Vega, a media mañana de un domingo de enero. Lleva comida, va vestida con ropas cómodas, maquillada y el pelo recogido en una redecilla que soltará cuando llegue a la ciudad culta y carnavalesca.
Este domingo, al igual que los miércoles, la dama, de mediana edad y actitud vivaracha, se apresta para la visita conyugal a su marido, quien ya ha cumplido 17 años de cárcel, de una condena máxima de 30. Antes de La Vega, María ya lo ha visitado en Mao, Azua, Najayo, Moca y Monte Plata.
Ella es una de las miles de mujeres que se mueven entre los 35 recintos penitenciarios del país, para visitar a sus cónyuges o parejas, un máximo de dos veces por semana. Las que tienen un trabajo de jornada completa deben limitarse a la indispensable visita dominical.
José, quien conduce el minibús rumbo a La Vega, conoce a María. De hecho, conoce a cualquier mujer que vaya a la fortaleza La Concepción de La Vega a visitas conyugales. “Si una mujer se monta sola, entre las seis y las once de la mañana, domingo o miércoles, es casi seguro que va para la fortaleza”, afirma el conductor que tiene más de una década transportando gente entre las dos provincias cibaeñas.
Las cárceles dominicanas se distribuyen de la siguiente manera: cuatro en la región Central; cinco en el Sur Central; dos en la región Sur; cuatro en la región Suroeste; tres en la región Norte; seis en el Cibao Central; cuatro en la región Noroeste; dos en la región Nordeste y cinco en la región Este. 
La cárcel pública de La Vega todavía pertenece al viejo modelo penitenciario, por lo que los reclusos siguen siendo custodiados por militares y son identificados como reos, contrario a quienes están en el nuevo modelo, a los llaman internos e internas.
Manos limpias 
No se entra con cartera, ni celular, ni llaves: solo cédula y zapatos bajitos, me advierte el vendedor de frío frío.
Los escotes y ausencia de mangas, también son objetados.
“Si hueles a alcohol no entras”, me dice Yose, una vegana de 15 años que trabaja con el comerciante informal en las custodias y alquileres.
Se conoce el sistema de visitas desde los dos años, porque su padre ya tiene 13 años en prisión. Hace cuatro que labora frente a la fortaleza, solo los domingos, porque los miércoles estudia.
Melón sí, manzanas no. Parece extraño, pero cierto. Está prohibido llevarles manzanas o piña a los reclusos, porque mezclando estas frutas con clerén, los reos pueden preparar “pitrinche”, una especie de alcohol que consumen a ‘escondidas’. Yose confirma la particular diferencia entre frutas. No todas son tan saludables.
Cuando unas cuantas damas rodean en enjambre el carrito de hielo y botellas de colores, comprendo su estrategia.
Los frío frío o yun yun son apenas un porcentaje de las ganancias: el real dinero se lo gana guardando carteras, celulares y alquilando sandalias y blusas. Las reglas de entrada, además de darle cierto protocolo a las visitas, evitan la inserción de drogas a los recintos carcelarios.
(+)
EL DESEO, ESPERA Y OCASIÓN DEL ENCUENTRO

Al mediodía, la mayoría de las mujeres ha entrado, algunas están en la fila. Una joven morena, que dice viajar desde Moca a visitar a su novio, espera bajo la sombra, al lado del frío frío. No quiere contarme su historia, pero alcanza a contestarme que él tiene apenas 4 meses preso. Asegura que solo viene a verlo, “de visitas conyugales yo no sé, yo no tengo relaciones sexuales con él”. 
Hay una rubia con tacones plateados que ha dado vueltas constantemente desde hace media hora, en la puerta de la cafetería al frente del recinto militar y carcelario. En los taburetes de la cafetería descansa Gimena, quien también vino de Santiago y solo tiene 20 años. A su marido, de 25 años, lo condenaron a tres años por venta de drogas.
Ella confirma que a las nueve y media empiezan a entrar las visitantes y salen a las cuatro, cuando concluye el horario de visitas. Gimena tiene una hija de dos años y medio, engendrada durante la prisión de su pareja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario